“Luces y sombras de la industrialización vasca” no es un título del todo fiel, porque lo cierto es que las luces y las sombras las van a poner ustedes. Yo voy a decir lo que hubo y ustedes considerarán lo que fueron luces y lo que fueron sombras.
Es evidente que para nuestro país siempre ha sido importante la industria. Pero, ¿a cuándo nos remontamos? En su justo término la verdadera importancia de la industria se ciñe al siglo XIX, pero ya antes había una “industria”. Hubo una tradición ferrona vasca importante sobre todo en Bizkaia y Gipuzkoa, aunque, y curiosamente, los primeros documentos hacen referencia a una tradición ferrona vasca en Álava. La primera referencia documental es la Reja de San Millán del 1025, que habla directamente de la importancia de la industria metalúrgica o siderometalúrgica vasca.
El profesor Emiliano Fernández de Pinedo ha señalado varios factores que explican ese fenómeno. Yo voy a hacer hincapié fundamentalmente en dos. Uno es la pobreza agraria de los territorios históricos marítimos, esto es, de Bizkaia y de Gipuzkoa. Durante el Antiguo Régimen el mayor factor de generación de renta era la agricultura y la ganadería, el sector primario. Bizkaia y Gipuzkoa eran más pobres que otros territorios cerealeros, no así Araba, donde la riqueza agraria era mayor. En consecuencia debieron buscarse otras fuentes de riqueza.
Un segundo factor es la riqueza del mineral de hierro y de su mano el desarrollo de una industria ferrona, sobre todo en el territorio de Bizkaia, aunque no despreciable también en los otros territorios.
A todo esto hay que sumar un factor geográfico. La mejor accesibilidad de los puertos vascos en relación a otros puertos del Cantábrico para dar salida a las producciones castellanas hizo de Bilbao una plaza de suma importancia para exportar los productos castellanos. Bilbao superó en importancia al puerto de Santander en la exportación de la lana y del cereal, y por estas vías también se van a encauzar las producciones vascas hacia el interior.
En suma, hubo un peso importante de la industria ferrona que para ello contó con la existencia de un mineral de hierro abundante y de enorme calidad; un mineral de un alto contenido férrico y un punto de fusión adecuado. Ello unido a la masa boscosa para elaborar carbón de leña y la presencia de cursos fluviales como energía motriz, son factores materiales que permitieron el desarrollo intensivo del sector ferrón vasco.
El profesor Fernández de Pinedo señala tres etapas en la industrialización vasca. Una primera etapa iría de 1841 a 1880. En 1841 se elimina la aduana del Ebro y la aduana pasa de estar en el interior a la costa. Se pasó de comerciar libremente con Inglaterra, Francia, Holanda, etc. a comerciar sin trabas arancelarias con el interior. Este traslado fue positivo porque en aquel momento el 80% de la producción vasca exportada se dirigía al resto de España, de manera que la abolición de esa barrera aduanera supuso un gran impulso para la actividad económica.
Además, en lo político la Restauración de 1874 va a ofrecer —al margen de todo lo negativo que conllevó el sistema canovista ligado a la corrupción y al fraude electoral sistematizado— una estabilidad política que hasta entonces no había habido en España y que favorecerá el desarrollo de los negocios. En definitiva, tras el final de la Segunda Guerra Carlista se entra en un largo periodo de estabilidad política favorable al florecimiento de los negocios.
Por otro lado, en paralelo se estaba produciendo la llamada Segunda Revolución Industrial, que supuso un notable incremento de la producción de géneros férricos, detrás del cual se encuentra, entre otras cosas, la demanda militar vinculada a la expansión de un gran imperio colonial. Según el profesor Fernández de Pinedo, de la mano de ambos factores se entró en el País Vasco en una segunda etapa de industrialización que iría nada menos que de 1880 a 1973, un punto final marcado por la crisis del petróleo.
Durante la primera etapa (1841-1880) ya hay empresas de importancia vinculadas a la producción siderúrgica e incluso metalúrgica, como Santa Ana de Bolueta, Nuestra Señora del Carmen… que se capitalizan en muy buena medida con capitales autóctonos. Siempre se piensa que este sector se capitaliza únicamente merced al capital inglés, francés, belga o incluso alemán, que entraría en las minas vascas, al igual que en otras minas españolas, pero no se suele tener en cuenta que también se reinvierten los beneficios de las antiguas ferrerías. De manera que con inversiones extranjeras, pero también —como han puesto de relieve Antonio Escudero y el profesor Uriarte Ayo— con inversores vascos, empieza a ganar peso una industria siderúrgica. Al mismo tiempo, esta industria comenzará a diversificarse. Va a crecer la industria textil (eso sí, sin alcanzar la importancia de la catalana), la industria harinera y la industria naval, esta última con un gran desarrollo tal como ilustra la investigación llevada a cabo por el profesor Valdaliso, de la UPV/EHU.
No sólo se va a invertir en industria, comienza a invertirse también en servicios, sobre todo en seguros y en banca, destacando el caso del Banco de Bilbao, creado en 1857, que se consolida y alcanza un gran desarrollo.
Es decir, comienza a haber una actividad económica de alto nivel. Esta se focaliza sobre todo en Bizkaia concentrada en la minería y siderurgia, localizada en zona minera (Somorrostro) y margen izquierda del Gran Bilbao, que además cuenta con la ventaja de la navegabilidad de la ría del Nervión. En Gipuzkoa la industria está más diversificada y equilibrada, no es tan nuclear como la que encontramos en Bizkaia, y se ubica en las márgenes de ríos como el Urola, Oria, Deba…
En Bizkaia, además, la proximidad de las minas de hierro al puerto de Bilbao va a favorecer un tráfico de retorno, que va a suponer una ventaja comparativa insuperable. Se va a exportar el mineral de hierro a Inglaterra y estos barcos no van a volver de vacío; en flete más económico se va a importar carbón de Cardiff. La línea Bilbao-Cardiff va a ser fundamental: se va a exportar hierro y se va a importar carbón más barato y de mayor calidad que el asturiano. La generalización del convertidor Bessemer para la producción en serie de acero, que precisaba del tipo de hierro existente en las minas de Somorrostro, se dejará sentir en la intensificación de este tráfico con el consiguiente incremento de beneficios que comenzarán a invertirse de una forma muy diversificada.
No sólo se reinvierte en el mismo sector siderúrgico, sino que se va a invertir en el sector metalúrgico, en transformación, en eléctricas (la futura Iberduero nació entonces). También se va a invertir en servicios, en banca, seguros, etc. y se va a invertir muchísimo en astilleros, de manera que a principios del siglo XX la flota española, pero sustancialmente la vasca, era una de las flotas con mayor número de barcos a nivel europeo. Al principio estos barcos se compraban en Escocia, pero luego se van a producir en astilleros vascos.
Estos cambios van a tener una influencia enorme en la sociedad y en la política. De la mano de esta fuerte industrialización, la sociedad vasca va a sufrir una importante transformación. Hasta ese momento, hecha excepción de los pequeños focos industrializados, la sociedad vasca era una sociedad rural, muy conservadora, muy tradicional, muy creyente (euskaldun fededun). La nueva sociedad industrial va a suponer un choque impresionante para aquella vieja sociedad tradicional. No en vano el obrero industrial tiene intereses diferentes al labrador del caserío. Este obrero industrial empieza a ser consciente de su explotación y ello choca con los intereses de la burguesía industrial y de la burguesía financiera.
Además, el País Vasco pasa de ser país de emigración a país de inmigración. Hasta entonces, la agricultura vasca, el mayorazgo y su explotación de minifundio generaban emigrantes; el País Vasco era tierra de emigración: vemos vascos en América, en la corte, canteros por toda España, etc. Con la industrialización el País Vasco se convierte en tierra de inmigración para, en principio, una población que reside en el entorno más próximo de estos núcleos industrializados, poco a poco de provincias cada vez más lejanas al País Vasco. Los primeros que van a trabajar a las minas de Somorrostro son vascos; los primeros que van a trabajar en los núcleos guipuzcoanos son también vascos. Con el transcurso del tiempo y la intensificación del proceso el origen de estos emigrantes se diversificará. No obstante, con independencia de su origen geográfico, une a estos inmigrantes una conciencia de clase. Las ideas socialistas calan en el proletariado vasco con independencia del origen de estos inmigrantes, pues les une una conciencia de clase. Para un sector de la sociedad vasca, que es conservadora y “amante de la tradición”, estas ideas socialistas chocan con la vieja ideología, en particular con la carlista, y suponen una nueva “afrenta” para un sector de la población que ya había sido derrotado durante la Segunda Guerra Carlista. Es en ese caldo de cultivo donde prospera el nacionalismo vasco que ofrece protección frente a esas ideas nuevas y a esos cambios de modelo de sociedad que está suponiendo la industrialización vasca.
Es algo semejante a lo que está sucediendo en otros países europeos, pues al fin y al cabo la historia de España es similar. Frente al tópico de la particularidad española, hay que decir que, si bien Francia es la cuna del constitucionalismo, en España durante el siglo XIX hay más años constitucionales que en Francia o que en cualquier otro país de Europa. También hay que recordar que la industrialización española no empieza más tarde que en otros países. El arranque de la industrialización, de la siderurgia española, empieza en los años 30 del siglo XIX, a la par que en el resto de los países. Aunque va a ser un proceso más lento y costoso que en los más avanzados. Además, no empieza en Euskadi, curiosamente empieza en Marbella, en Andalucía, trasladándose después a Asturias. Eso sí, es en Euskadi donde cobra fuerza y se consolida.
En el País Vasco se produjo un enriquecimiento impresionante a partir de los beneficios de la siderurgia, metalurgia y de transformación, y de la diversificación de inversiones en un amplio de sectores. En defensa de estos intereses, los siderúrgicos vascos a comienzos del siglo XX van a formar un importante “consorcio” que va a lograr imponer sus condiciones al Estado español. Los siderúrgicos vascos van a organizar monopolios y cárteles, pactando precios y limitando la producción, acordando que ésta siempre se encuentre un punto por debajo de la demanda estatal. De este modo, se conseguía tener precios altos. Acuerdos colusivos entre siderúrgicos y gestiones en el Gobierno de turno, del que obtienen una fuerte protección arancelaria, cuando no simple prohibición de importar ciertos productos, y ayudas directas e indirectas, amén de una fiscalidad extraordinariamente suave sobre los beneficios empresariales, les garantizan unos elevados beneficios. No obstante, a la postre este feroz proteccionismo empobreció enormemente al país.
Fuente de la noticia: www.naiz.eus